3er Domingo de Cuaresma: "Por sus frutos los conoceréis"

Cáritas Madrid 27 de Febrero de 2016

La parábola de la higuera estéril es una llamada de alerta a quienes viven o vivimos de manera infecunda y mediocre.

Cáritas Madrid. 28 de febrero de 2016.- La parábola de la higuera estéril es una llamada de alerta a quienes viven o vivimos de manera infecunda y mediocre.

 

Según Jesús, es una grave equivocación vivir de manera estéril y perezosa, dejando siempre para más tarde esa decisión personal que sabemos daría un sentido nuevo, más creativo y fecundo, a nuestra existencia.

 

No basta con decir que somos cristianos, si luego no damos los frutos de Evangelio y vivimos como el resto. Es cierto que Dios tiene suficiente paciencia para seguir esperando. Pero Jesús nos advierte que es una gran equivocación vivir de manera estéril y perezosa, dejando siempre para más tarde esa decisión personal que daría un sentido nuevo, más creativo y fecundo a nuestra existencia. Nuestro compromiso cristiano dará frutos, como la buena higuera.

 

La imagen de la higuera que no da fruto puede ser un icono para nuestra sociedad: lo que no da rápidamente fruto no sirve. ¿Hasta dónde eres paciente contigo mismo e impaciente con los demás? ¿Hasta dónde eres exigente o condescendiente con los demás? ¿Exiges a los demás lo mismo que a ti mismo?

 


Nunca las cosas a medias

Las cosas a medias sirven de poco.
¿De qué te sirve ver las estrellas, si luego no ves el camino?
¿De qué te sirve ver el sol, si luego no ves al que tienes a tu lado?

¿De qué te sirve comenzar, si luego no llegas al final?
¿De qué te sirve decir sí, si luego tu vida es un no?
¿De qué te sirve buscar siempre las cosas grandes, si luego tropiezas con las pequeñas?
¿De qué te sirve decir que amas mucho, y luego no aguantas a nadie a tu lado?
¿De qué te sirve hablar de la verdad, si luego vives en la mentira?
¿De qué te sirve tener ojos, si luego no tratas de ver al hermano que está contigo?
¿De qué te sirve tener oídos, si no tienes tiempo para escuchar a nadie?
¿De qué te sirve tener pies, si no caminas por la vida?
¿De qué te sirve tener manos, si nunca estrechas las de tu hermano?
¿De qué te sirve tener corazón, si luego no amas?
¿De qué te sirve mirar lejos, si no ves los que tienes cerca?
¿De qué te sirve hablar muchas lenguas, si luego eres un mudo con el que tienes a tu lado?
¿De qué te sirve conocer el mundo, si no conoces a las personas que te rodean?
¿De qué te sirve tener cabeza, si luego no piensas?
¿De qué te sirve tener muchas cosas, si no las compartes?
¿De qué te sirve tener muchos libros, si no lees ninguno?
¿De qué te sirve tener libertad, si luego vives esclavo de ti mismo?
¿De qué te sirve tener muchos años, si no has vivido a fondo ninguno?
¿De qué te sirve conocer la verdad, si vives en la mentira?
¿De qué te sirve la silla, si no te sientas?
¿De qué te sirve la vida, si no la vives?
¿De qué te sirve tenerlo todo, si luego lo dejas pudrir y no lo compartes?
¿De qué te sirve estar bautizado, si luego vives como pagano?
¿De qué te sirve estar confirmado, si luego no das testimonio de tu fe?
¿De qué te sirve estar casado por la Iglesia, si luego vives como si sólo estuvieses casado por lo civil?
¿De qué te sirve tener una familia, si luego vives siempre fuera de casa?
¿De qué te sirve tener hijos, si nunca estás con ellos?

“Uno tenía plantada una higuera en su viña”.
Crecía y estaba hermosa, pero no daba frutos. Este es el problema que afrontamos todos.
No basta con que Dios nos regale la vida, si luego no sabemos vivirla, sino que la malgastamos en bagatelas inútiles.
No basta con que nos bauticen, si luego, nuestro Bautismo queda en el simple recuerdo de unas fotos que, con el tiempo, se ponen amarillas y pierden el color.
No basta con decir que somos cristianos, si luego no damos fruto de Evangelio y vivimos como el resto.

Es cierto que Dios tiene suficiente paciencia para seguir esperando.
Es cierto que Dios tiene suficiente tiempo para no arrancarnos de la viña que es la Iglesia.
Y eso, siempre me ha dado una gran satisfacción.
Porque, eso de saber que Dios es capaz, de cada primero de enero, de regalarnos un año más de posibilidades, siempre es un consuelo y siempre nos abre a la esperanza de saber que algún día, nuestra vida puede empezar a florecer.

Pero, a la vez, siento cierta nostalgia:
De hacer esperar a Dios para recoger los frutos de su amor en mi vida.

Personalmente, reconozco que, una de las cosas que más me cuesta, es saber esperar.
Tengo demasiadas prisas cuando se trata de esperar a los demás.
Pero, también me siento mal, cuando pienso que Dios viene a mi vida y me encuentra vacío.
Me siento mal, cuando pienso que Dios busca en mí frutos de santidad y solo encuentra la vulgaridad de ser como “todo el mundo”.
Y todo ello, porque nos encanta vivir las cosas a medias.
Nunca nos decidimos. Preferimos el “quisiera” al “quiero”.
Gracias, Señor, por haberme plantado en la viña de tu Iglesia,
Gracias, porque, aunque no responda a lo que tú quisieras de mí, me sigues esperando.
Pero, por favor, dame ese golpe de gracia para que, de una vez, mi vida sea un sí a tu gracia.

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Las cosas a medias sirven de poco.
¿De qué te sirve ver las estrellas, si luego no ves el camino?
¿De qué te sirve ver el sol, si luego no ves al que tienes a tu lado

¿De qué te sirve comenzar, si luego no llegas al final?
¿De qué te sirve decir sí, si luego tu vida es un no?
¿De qué te sirve buscar siempre las cosas grandes, si luego tropiezas con las pequeñas?
¿De qué te sirve decir que amas mucho, y luego no aguantas a nadie a tu lado?
¿De qué te sirve hablar de la verdad, si luego vives en la mentira?
¿De qué te sirve tener ojos, si luego no tratas de ver al hermano que está contigo?
¿De qué te sirve tener oídos, si no tienes tiempo para escuchar a nadie?
¿De qué te sirve tener pies, si no caminas por la vida?
¿De qué te sirve tener manos, si nunca estrechas las de tu hermano?
¿De qué te sirve tener corazón, si luego no amas?
¿De qué te sirve mirar lejos, si no ves los que tienes cerca?
¿De qué te sirve hablar muchas lenguas, si luego eres un mudo con el que tienes a tu lado?
¿De qué te sirve conocer el mundo, si no conoces a las personas que te rodean?
¿De qué te sirve tener cabeza, si luego no piensas?
¿De qué te sirve tener muchas cosas, si no las compartes?
¿De qué te sirve tener muchos libros, si no lees ninguno?
¿De qué te sirve tener libertad, si luego vives esclavo de ti mismo?
¿De qué te sirve tener muchos años, si no has vivido a fondo ninguno?
¿De qué te sirve conocer la verdad, si vives en la mentira?
¿De qué te sirve la silla, si no te sientas?
¿De qué te sirve la vida, si no la vives?
¿De qué te sirve tenerlo todo, si luego lo dejas pudrir y no lo compartes?
¿De qué te sirve estar bautizado, si luego vives como pagano?
¿De qué te sirve estar confirmado, si luego no das testimonio de tu fe?
¿De qué te sirve estar casado por la Iglesia, si luego vives como si sólo estuvieses casado por lo civil?
¿De qué te sirve tener una familia, si luego vives siempre fuera de casa?
¿De qué te sirve tener hijos, si nunca estás con ellos?


“Uno tenía plantada una higuera en su viña”.
Crecía y estaba hermosa, pero no daba frutos. Este es el problema que afrontamos todos.
No basta con que Dios nos regale la vida, si luego no sabemos vivirla, sino que la malgastamos en bagatelas inútiles.
No basta con que nos bauticen, si luego, nuestro Bautismo queda en el simple recuerdo de unas fotos que, con el tiempo, se ponen amarillas y pierden el color.
No basta con decir que somos cristianos, si luego no damos fruto de Evangelio y vivimos como el resto.


Es cierto que Dios tiene suficiente paciencia para seguir esperando.
Es cierto que Dios tiene suficiente tiempo para no arrancarnos de la viña que es la Iglesia.
Y eso, siempre me ha dado una gran satisfacción.
Porque, eso de saber que Dios es capaz, de cada primero de enero, de regalarnos un año más de posibilidades, siempre es un consuelo y siempre nos abre a la esperanza de saber que algún día, nuestra vida puede empezar a florecer.


Pero, a la vez, siento cierta nostalgia:
De hacer esperar a Dios para recoger los frutos de su amor en mi vida.


Personalmente, reconozco que, una de las cosas que más me cuesta, es saber esperar.
Tengo demasiadas prisas cuando se trata de esperar a los demás.
Pero, también me siento mal, cuando pienso que Dios viene a mi vida y me encuentra vacío.
Me siento mal, cuando pienso que Dios busca en mí frutos de santidad y solo encuentra la vulgaridad de ser como “todo el mundo”.
Y todo ello, porque nos encanta vivir las cosas a medias.
Nunca nos decidimos. Preferimos el “quisiera” al “quiero”.
Gracias, Señor, por haberme plantado en la viña de tu Iglesia,
Gracias, porque, aunque no responda a lo que tú quisieras de mí, me sigues esperando.
Pero, por favor, dame ese golpe de gracia para que, de una vez, mi vida sea un sí a tu gracia.

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