30 años que no son nada y lo son todo

27 de Junio de 2025

Hace 83 años nacía en el madrileño barrio de Embajadores una niña en el seno de una familia «sencilla, que estaba intentando superar la posguerra»; era la mayor de dos hermanas, y sus padres, un matrimonio joven y con esperanzas. Estaba, como ella dice, predestinada a servir a los más pobres. Hablamos con Encarnación Orden Mascuñán, Hija de la Caridad y parte de la familia de Cáritas diocesana de Madrid.

Encarnación nos cuenta que fue una niña como cualquier otra, pero con mucha inquietud por aprender; estuvo en el colegio San Isidro y, más tarde, cuando se trasladaron a Carabanchel, en el colegio de Nuestra Señora del Carmen, regentado por las Hijas de la Caridad. No fue este su primer contacto con las Hijas de la Caridad, pues en su nacimiento fueron los brazos de sor Rosalía los primeros en tomarla.

«Cuando pienso en ello, tengo la sensación de que Dios me predestinó desde el momento de nacer a entrar a formar parte de las Hijas de la Caridad». Ya de adolescente su camino volvió a cruzarse con el de la congregación, en esta ocasión mientras estudiaba en la Escuela de Trabajo Social que habían abierto en Madrid.

También su juventud fue «como la de todas las jóvenes de mi época». Entre juegos y estudios, y expectación por un futuro inmediato que empezaba a pasar del blanco y negro al color. Pero sus expectativas iban más allá de lo profesional, había en ella una inquietud especial por lo social, el compromiso y el esfuerzo; de hecho, se costeaba sus propios estudios de Trabajo Social trabajando como secretaria en un despacho de abogados.

«Entonces empecé a plantearme seriamente ser Hija de la Caridad. El contacto con ellas me condujo hacia las personas vulnerables, pude visitarlas en aquellas miserables cuevas en las que vivían, próximas al hospital militar de Carabanchel y al cementerio». Despertó en ella una vocación al servicio de Dios y de los pobres, «y como la caridad urge, como decía San Pablo, no esperé a terminar la carrera, sino que, a los 19 años recién cumplidos, entré a formar parte de la Compañía de las Hijas de la Caridad».

Desde el inicio, su vocación religiosa y social estuvieron vinculadas. Y esta doble vocación la ha ido llevando de un proyecto social a otro hasta llegar a Cáritas diocesana de Madrid, donde ha dedicado sus últimos 30 años.

Encarnación siempre se ha implicado en acciones relacionadas con la caridad y la atención a las personas más vulnerables. Así, en su primer destino, que fue en la Fundación Jiménez Díaz, estuvo acompañando a enfermos. Más tarde lo haría con las personas migrantes, a través de la colaboración en la Comisión Episcopal de Migraciones. También colaboró en el ámbito de la salud y los mayores en la secretaría general de la Federación Española de Religiosas Sanitarias, y, en otra etapa más tranquila, en el Centro de Personas con Discapacidad Mental; de ahí —confiesa— «me marché con mucho dolor por tener que dejarlo».

Fueron tiempos de «una intensa labor» en un Madrid también en continua ebullición social y económica. Y para Encarnación fue, además, «la época de la revelación de la riqueza que supone la vida religiosa en la Iglesia».

Tras este periodo, la caridad en su más amplio sentido volvió a llamar a su puerta, como lo hacían las familias a las puertas de Cáritas diocesana, donde la recibieron y donde ha entregado vocación y vida hasta sus últimos años en activo en la entidad.

En Cáritas Madrid Encarnación ha asumido diferentes responsabilidades, desde la subdirección y dirección del área de Coordinación Institucional de Cáritas en la Vicaría VI, hasta la dirección de las Obras Sociales Diocesanas a partir del 2003 o los Servicios Generales y Donaciones desde el 2011. En este tiempo ha sido testigo directa, tanto del proceso de crecimiento de la entidad, como de su adaptación a las nuevas necesidades.

Encarnación recuerda con orgullo el momento de «la creación de las viviendas de integración social, en una etapa que fue intensa y de gran riqueza». Y al poco tiempo una propuesta innovadora y pionera que perdura hasta nuestros días, la de «incluir a las comunidades intercongregacionales en los residenciales y, posteriormente, en otras obras y servicios». Las congregaciones, convertidas en comunidades de vida, son un apoyo incondicional para las familias, dispuestas a asistirlas en su día a día, ya sea de día o de noche, o incluso compartiendo el mismo techo.

«La vida consagrada, tanto para Cáritas como para la Iglesia, es un don necesario por su carisma y dedicación total a la misión; la experiencia nos demuestra que son un valor añadido para los proyectos por su ejemplar servicio a las personas más vulnerables», señala Encarnación cuando le preguntamos por lo que aportan a la entidad. Y es que uno de los objetivos de Cáritas Madrid es «coordinar la acción social y caritativa de la Iglesia de Madrid para acompañar a las familias con un servicio auténticamente cristiano». En este sentido, las comunidades de vida consagrada aportan esa visión, ese evangelizar con obras de amor.

Echamos la vista atrás y vemos 30 años al servicio de las personas. Treinta años que no son nada y lo han sido todo para quienes, en algún momento, quedaron al margen de la sociedad. Treinta años que Encarnación recuerda con emoción y agradecimiento.

«Mi vivencia en Cáritas diocesana de Madrid, en estos ricos años, ha sido considerada como un vehículo maravilloso para mi vocación como ‘sierva de los pobres’. He tenido dificultades, he permanecido en obediencia a mis superiores, pero siempre con gozo, sabiendo que era el plan de Dios sobre mí». Y concluye con un sincero agradecimiento por la confianza depositada en ella por las direcciones de Cáritas Madrid, y por el cariño y la comprensión de sus compañeros. «Muchas gracias». Gracias a ti, Encarnación.

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