Compartiendo el viaje... con Oussama

Cáritas Madrid 27 de Septiembre de 2019

Oussama cruzó la frontera desde Marruecos con 17 años.

Lo hizo en una patera donde pensó que acabaría su vida.

¿Cuánto pagó, cómo fue el viaje?

Y lo más importante: ¿Ha conseguido cumplir el sueño que le llevó a iniciar esta aventura?

Oussama cruzó la frontera desde Marruecos con 17 años.

Lo hizo en una patera donde pensó que acabaría su vida.

¿Cuánto pagó, cómo fue el viaje?

Y lo más importante: ¿Ha conseguido cumplir el sueño que le llevó a iniciar esta aventura?

 

Cáritas Madrid. 27 de septiembre de 2019.- Seis meses antes de su cumpleaños, Oussama salió de su casa sin despedirse para no levantar sospechas, pero sabiendo que iba a pasar mucho tiempo hasta que pudiera volver. “Mi madre se lo estaba imaginando, porque todos mis amigos habían cruzado ya. El día que me fui me dijo que me cuidara mucho de una forma especial”, recuerda.  

Oussama tenía claro que quería venir a España desde más o menos los 16 años, cuando terminó el colegio y se le acabaron las posibilidades de seguir estudiando tomó la decisión. Se puso a trabajar para ganar el dinero suficiente para pagar a uno de los hombres que dan “pasajes” para cruzar el Estrecho. 1.200 euros cuesta el viaje en patera. 3.000 o 4.000 en lancha o moto acuática.


LA PATERA

Él sólo podía aspirar a la opción más barata, así que una vez consiguió el dinero, pasó varios días durmiendo en el puerto,  junto a los que serían sus compañeros de patera, hasta que el dueño de la vieja embarcación consideró que podía ser “seguro” el viaje. Tardó 10 horas en cruzar los 14 kilómetros que separan Cádiz de Marruecos junto a más de 45 personas. “Hubo un momento en el trayecto que pensé que no iba a llegar, pero al poco tiempo empezamos a ver las luces de la carretera que pasa por la Playa de Bolonia (Cádiz)”. Allí desembarcó. Recuerda que corrió hasta que ya no pudo más. También recuerda el miedo y el frío, porque sólo llevaba una camiseta e iba en chanclas. Y que consiguió llegar a Algeciras después de mucho caminar.


Allí se subió al primer autobús que pudo una vez consiguió, pidiendo, el dinero para pagar el billete que le llevó a Madrid”. No recuerda a qué estación llegó, pero allí vio un Policía y éste le llevó al Centro de Menores de Primera Acogida de Hortaleza, donde esperó cuatro meses hasta que, a través del consulado, consiguió que le mandaran su DNI marroquí, con el que pudo probar que era menor, dándole acceso al piso con el que empezó su nueva vida. “Estuve cuatro meses en Hortaleza esperando tener en regla la documentación,  evitando juntarme con malas influencias, con chicos que no tienen ninguna aspiración más que estar en la calle o  consumir”. Chavales que no saben que hasta que cumplan los 18 años las cosas son más o menos fáciles para conseguir el Número de Identificación para Extranjeros NIE, pero que luego todo se complica aún más y que sin el NIE no puedes quedarte en España.

 

EN MADRID
Oussama fue uno de los cuatro chicos que inauguraron el piso de Cáritas, situado en pleno barrio de Salamanca. Él, como Mohamed, sí se dio cuenta del privilegio que tenían y absorbió como una esponja todo lo que el equipo del piso tutelado para MENAS de Cáritas Madrid les fue ofreciendo.

Las clases de español fueron lo primero que tuvieron y lo que ellos más valoran. “Sin el idioma no puedes estudiar ni trabajar”, dicen contundentes. José Ignacio, Carolina, Consuelo o Antonia son los nombres de los voluntarios con los que aprendieron el idioma que ahora, cuatro meses después, dominan sin apenas problemas. Esto les dio acceso a empezar a estudiar. Hicieron un curso de capacitación de Cáritas y de ahí a uno de los curos de cualificación profesional de UFIL Cid Campeador de Cocina, en el caso de Oussama, y de Electricidad, en el caso de Mohamed y que les mantendrán estudiando ua año, más otros seis de prácticas.  

 

VIVIR COMO CUALQUIER CHICO DE 19 AÑOS
En el piso de Cáritas también han aprendido a vivir bajo unas reglas de convivencia, con horarios para las comidas, turnos para limpieza y respeto hacia los demás chicos y educadores con los que han convivido. También han conocido cómo es una factura de la luz, o del agua, suministros que ahora tienen que pagar, ya que el piso en el que viven desde que cumplieron la mayoría de edad, está en un residencial de Cáritas en el que, aunque se ayuda a las familias a pagarlo, también se busca que los inquilinos se hagan responsables de una parte de los gastos como “entrenamiento” para su salida “normalizada” al mercado de la vivienda.  

“Esperamos poder tener trabajo cuando acabemos los cursos y así dejar este piso para otros chicos que salgan del de MENAS”, dicen convencidos. Ahora siguen contando con la ayuda y asesoramiento de los educadores y voluntarios del piso para Menores No Acompañados para trámites burocráticos, médicos o cualquier asesoramiento o consejo.

EL PROYECTO PARA MENORES NO ACOMPAÑADOS DE CÁRITAS MADRID

El piso de MENAS ha cumplido ya seis meses desde que se puso en marcha. Como Oussama y Mohamed, han pasado por allí ya una veintena de chicos.  

Según explica Javier Ródenas, uno de los educadores del proyecto, su principal objetivo es crear un ambiente de acogida a los chavales; un reto que, al final, asegura que ha sido más fácil de lo que imaginaba inicialmente, pero que, aún así, sigue siendo la parte más importante de la intervención con estos chicos, ya que la mayoría de las veces llegan muy deteriorados, con historias detrás muy complicadas, que complican su forma de relacionarse.

“Trabajamos con ellos para que cuando cumplan 18 años y tengan que marcharse de aquí, lo hagan con la mochila llena de habilidades”, añade Javier. Para ello diseñan con ellos un itinerario de integración en el que se les ayuda a desarrollar técnicas de autonomía, de desarrollo personal, de recuperación de la confianza y nuevas habilidades y conocimientos académicos, para que puedan valerse por sí mismos una vez cumplan los 18 años, momento en el que se acaba la tutela de la Administración con la que Cáritas trabaja de la mano.  

Para ello trabajan desde su formación académica hasta su ocio y tiempo libre. El problema es que “aunque la acogida es fundamental, esto tampoco garantiza su autonomía”, confiesa Javier. “En muy poco tiempo tenemos que conseguir que sean conscientes de lo que les espera a los 18 años: que se acaban las ayudas”.  

Con los chicos que se están derivando desde la Administración a los dos pisos que Cáritas Diocesana de Madrid puso en marcha el 15 de noviembre de 2018 para 12 menores, se está haciendo un seguimiento después de los 18 años. “Si ellos aceptan la ayuda, aquí no se les está abriendo la puerta sin más. Se les está dando la oportunidad de acceder a otros recursos como en el caso de Mohamed y Oussama, que están en un residencial”, añade Javier. Para ello , los chavales tienen que conseguir unos objetivos de autonomía que consisten en aprender castellano, entrar en procesos de formación y cuidar la convivencia con el resto de chicos.

Los pisos funcionan como cualquier casa. Hay normas que todos han de respetar, como los horarios para las comidas (que sólo se alteran en momentos puntuales como el actual, que están en Ramadán), para las duchas o la hora de llegada por las noches. También hay turnos de limpieza, recogida y pequeñas tareas como comprar el pan.

 

Se les enseña también a rellenar impresos, sacarse fotos de carnet para los trámites burocráticos, qué es la Seguridad Social, el INEM, Hacienda, el Consulado de su país, etc.

 

UNA CUESTIÓN DE ACTITUD
“La actitud es fundamental”, recalca Javier, miembro de un equipo que funciona las 24 horas. “Y la madurez”, añade “Tienen que ser conscientes de que nadie les va a regalar nada fuera; de que no son como cualquier chaval de 18 años que puede seguir viviendo de sus padres. Ellos lo han dejado todo por venir y ahora tienen que ser consecuentes con aquella decisión que tomaron y tomar las riendas de su propio proceso de reinserción”. Y es que, muchos llegan aquí y piensan que ya han conseguido todo engañados por los chicos que les precedieron en este tipo de aventuras. En esto tienen mucha culpa las redes sociales. Los chavales que como ellos llegaron a Madrid después de pasar enormes calvarios, no quieren contar la parte mala, malísima, del viaje. Sólo muestran en las redes sociales “selfies” con coches de alta gama que ven por Madrid, posando delante del Bernabéu o del Wanda Metropolitano, enseñando una imagen ficticia de la realidad y atrayendo a chicos que les siguen desde Marruecos y que luego se enfrentan a un viaje en el que se juegan la vida.

“Cuando a mí me preguntan ahora desde Marruecos yo digo la verdad. Cuento lo bueno y lo malo del viaje”, dice Mohamed. ¿Y cuál es la verdad? “Que volvería a hacerlo”.


¿Quieres saber cómo empezó su viaje Mohamed?

 

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